Crónica de una crisis anunciada
Queridos vecinos y vecinas:
Una año más presentamos las Jornadas Sociales y de Promoción de la Participación Ciudadana que de nuevo estarán centradas en la Agenda 21 local que se está desarrollando en nuestro pueblo. La Agenda 21 local supone una gran oportunidad para que Campo de Criptana empiece a caminar por la senda del desarrollo sostenible, máxime en un momento en que el empiezan a evidenciarse las crisis (económicas, laborales, energéticas, medioambientales, etc. ) que los modelos de desarrollo no sostenibles provocan.
Se nos ha vendido con bastante éxito que en todos los ciclos económicos necesariamente tiene que haber momentos de crecimiento y momentos de recesión, y podría parecer, por tanto, que estas crisis son inevitables, pero en realidad las crisis no aparecen por generación espontánea ni al azar, sino que son consecuencia de la imposición de determinados modelos de desarrollo, tanto locales como globales, que buscan con todo ahinco el mayor beneficio en el menor tiempo posible para unos pocos y miran bien poco por la redistribución de riqueza y la sostenibilidad tanto a nivel local como global.
En las últimas décadas nuestro pueblo ha sufrido multitud de cambios como consecuencia de la aplicación de determinadas políticas, bien por parte de nuestro ayuntamiento, bien impuestas desde afuera. Estas políticas son las principales responsables del estado social, económico y ambiental en el que nos encontramos y convendría analizarlas para ver hacia donde nos llevan.
Uno de los principales cambios se ha producido en la agricultura. Nuestro pueblo siempre se ha caracterizado por ser un pueblo labrador. La agricultura y la ganadería han sido el principal sustento económico para nuestros antepasados a lo largo de casi toda nuestra historia. Una agricultura de secano basada en formas tradicionales de cultivo que no sobreexplotaban la tierra ni la envenenaban con químicos. Pero todo eso ha cambiado, sobre todo a raíz de la entrada en Europa, ya que nuestra agricultura tuvo que adaptarse a las exigencias del mercado neoliberal y empezar a ser competitiva. Y para ello se vio obligada a mecanizarse, a utilizar la química (abonos, pesticidas, herbicidas, etc.) y sobre todo a emplear grandes cantidades de agua para aumentar la producción y obtener mayores beneficios. Sin embargo, a pesar de seguir al pie de la letra las recetas de la Política Agraria Común, la realidad es que los pequeños y medianos agricultores siguen siendo la clase más desprotegida y con menos poder adquisitivo. Los precios de los alimentos en origen apenas han subido en los últimos años, a pesar de que al consumidor final le cuestan un ojo de la cara, y el agricultor se ha visto relegado a malvivir por medio ayudas y subvenciones, que en ocasiones llegan al dumping impidiendo también el desarrollo de la agricultura tradicional en los países en vías de desarrollo. Y así hemos pasado de tener una agricultura local, soberana, biodiversa, agroecológica y sostenible a una agricultura altamente dependiente del mercado y de las directrices europeas, del petróleo, del uso de químicos y transgénicos, del abuso del agua (hoy en día, ninguna explotación agraria que quiera ser rentable puede prescindir del agua), de las subvenciones, y últimamente de la mano de obra barata que aportan los inmigrantes.
Y como el campo no era rentable, el agricultor se ha ido reconvirtiendo poco a poco hacia otros sectores como la construcción que ha pasado a ser la principal actividad económica de nuestro pueblo y casi de todo el estado. El boom de la constucción ha permitido un fugaz crecimiento macroeconómico (a costa de la agresión medioambiental y de los derechos laborales) que en realidad no se ha visto reflejado en las economías de los trabajadores, con la excepción de algunos pequeños y medianos empresarios con aires de grandeza que han pasado, casi sin solución de continuidad, de ser explotados a ser explotadores, y a sostener una economía sumergida que tristemente no escandaliza a nadie y que sobre todo perjudica a los más pobres y excluidos. Por ganar un poco más, el peón asalariado ha visto recortada drásticamente su calidad de vida, teniendo que desplazarse en muchos casos todos los días hasta Madrid, disponiendo cada vez de menos tiempo para su familia y el ocio, y trabajando para subcontratas en condiciones cada vez más precarias y menos estables.
La especulación inmobiliaria ha convertido el derecho a una vivienda digna en la cadena perpetua de la hipoteca. Y lo peor es que ya lo aceptamos como algo natural.
A esto hay que sumarle que los bienes necesarios para tener una vida normal se han convertido, merced a la cultura consumista, en más complejos, más rígidos y más costosos, y el acceso a los recursos económicos necesarios para responder a ellos se ha hecho más difícil, frágil y precario. Y eso que nuestro modelo de consumo se sustenta gracias a la extracción de recursos (o más bien deberíamos decir expoliación) de los países más empobrecidos (estudios recientes demuestran que los españoles necesitamos tres veces la superficie de España para proveernos de los recursos materiales y energéticos necesarios para mantener el actual nivel de vida, ¿no es esto prueba suficiente de la insostenibilidad del sistema?)
La familia se ha convertido en una realidad fragmentada, no duradera, que requiere del trabajo de los dos miembros de la pareja y que tiene dificultades crecientes para tener hijos y educarlos, para acoger a sus mayores y cuidarlos, y también para construir su propia relación de pareja. Cada vez son más las personas, que incluso con un empleo bien remunerado, tienen dificultades para llegar a fin de mes y esto está provocando nuevas formas de pobreza y exclusión como no se veían desde hace bastante tiempo.
Al mismo tiempo, el ladrillo depredador ha acabado con espacios naturales vitales y estamos destrozando el patrimonio heredado de nuestros antepasados. Esto lo podemos percibir en el pueblo a poco que demos un paseo por sus alrededores: proliferación de canteras, plantas de hormigón, aumento de vertidos de residuos de la construcción y hasta centrales térmicas que provocan un grave daño ambiental y paisajístico y atentan contra el potencial turístico de nuestro pueblo, que explotado de manera sostenible podría convertirse en un recurso económico bastante importante.
Pero claro, no se puede mantener una economía artificialmente por mucho tiempo a base de construir viviendas que no se necesitan. Y ahora que el trabajo en la construcción empieza a decaer, ¿qué haremos?, le echaremos la culpa de todo a los inmigrantes…, ¿o miraremos hacia la cúpula del sistema en busca de los verdaderos culpables? …
En paralelo a todo esto la pirámide de los derechos se resquebraja, y muchos de los derechos laborales, sociales y políticos conquistados en los últimos siglos, y que costaron la sangre y las vidas de muchas personas, están siendo desmontados progresivamente por las estructuras de poder. Los sevicios públicos están siendo sigilosamente privatizados (en nuestro pueblo ya ha pasado con el servicio de aguas y el vertedero, y a nivel estatal y autonómico ya se apunta a la educación y la sanidad) dejando el derecho a estos servicios sólo para los que puedan pagarlos. El asociacionismo, que realmente es la forma más efectiva de enfrentarse a los explotadores, también está en crisis. Los sindicatos han perdido legitimidad en el colectivo trabajador y desde las instituciones y los ayuntamientos se fomentan más las asociaciones floclorico-festivas en una apuesta decidida a volver al “pan y circo” de los romanos. Cada vez la ciudadanía tiene menos capacidad de intervenir en las políticas y decidir el futuro de su pueblo, región o estado. El ejemplo más claro lo tenemos en el reciente Tratado de Lisboa, que sustituirá a la fallida constitución europea y que contiene, en el fondo, el mismo paquete de medidas económicas de esta. Unas medidas que responden a los intereses de las grandes empresas y corporaciones y desprotegen aún más a la ciudadanía. Pero esta vez no cometerán el error de darnoslo a votar …
Como se ve el panorama no es demasiado alentador y requiere una reacción rápida, pero para ello lo primero es despertar las mentes narcotizadas por la propaganda mediática y vencer la actual apatía hacia lo social. Una apuesta por la ciudadanía pasa ineludiblemente por ser capaces de cuestionarnos el lugar de cada quién en esta realidad. Y a lo mejor la inmigración nos trae a las puertas de nuestra casa la dramática urgencia de un vuelco social. Y a lo mejor es verdad que no podemos tener tele, y coche, y dvd, y teléfono móvil, o mp3 (o va ya por el mp4), e ir en avión a todos lados, y aire acondicionado, y modelitos varios… si queremos una vida sostenible, a nivel medioambiental y social. Replantearse privilegios y cambiar modos de vida, perder comodidades y al mismo tiempo llegar a ser más felices.
De todo esto y mucho más queremos hablar, compartir, escuchar, debatir, proponer, soñar y actuar con vosotras y vosotros, y la Agenda 21 local es una oportunidad única para ello. ¡No la desaprovechemos!