Decrecimiento: "Menos para vivir mejor"

En el número anterior de esta publicación hicimos una reflexión crítica sobre las causas y los principales responsables de la crisis global que vivimos en sus múltiples dimensiones (económica, social y ambiental), llegando a la conclusión de que cualquier solución imperativamente debe suponer un cambio de modelo desarrollo, pues de seguir con el ritmo de crecimiento económico impuesto por el modelo depredador capitalista actual, muy pronto agotaremos los recursos naturales de la tierra comprometiendo el futuro de gran parte de la humanidad y de las futuras generaciones.

Ahora es el momento de dar respuestas imaginativas que hagan posible el desarrollo de los pueblos en consonancia con la dignidad de los seres humanos y en armonía con la naturaleza. Hasta ahora, todas las propuestas que estamos escuchando de los líderes políticos son medidas económicas encaminadas a recuperar el ritmo de crecimiento económico de los últimos años. Sin embargo, la realidad es que esta pretensión, no sólo no es sostenible, sino que a medio plazo agudizará aún más la crisis con el riesgo de provocar un colapso de nuestra civilización. No sería sino echar más madera a la locomotora que se aproxima a toda máquina hacia un precipicio.

Para aproximarnos a una posible salida de esta situación es preciso empezar por reconocer lo que aún no ha dicho ningún político, y es que durante estos años de bonanza hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades, a costa de los recursos naturales, alimenticios y sobre todo energéticos de los países empobrecidos y de sobre-explotar la tierra. Basta echar un vistazo a nuestra cesta de la compra o analizar el origen de la energía que consumimos en nuestros hogares para darnos cuenta de ello.

Igual que una planta no puede crecer más allá de lo que se lo permite la tierra de su maceta y el agua y la luz que recibe, tampoco nuestras sociedades pueden crecer más allá de lo que lo permite la Naturaleza. Es de sentido común reconocer que en un planeta con recursos finitos no se puede crecer de manera infinita.

Así pues, en segundo lugar, después de reconocer esto es necesario acabar con nuestra sociedad productivista y consumista, aprendiendo a vivir de manera más austera, pero más plena.

Los críticos con el desarrollismo capitalista apuntan que la única salida de este callejón en el que nos hemos metido es el “decrecimiento” económico. Cuando hablamos de decrecimiento, de disminuir, no queremos decir que haya que vivir peor, más bien al contrario, estamos convencidos de que una reducción del consumismo, una sustitución de los bienes materiales por otros valores más satisfactorios redundará en una mayor calidad de vida. ¿Para qué queremos tanta producción, tanto trabajo, tanto dinero, si luego no tenemos tiempo para vivir? Pongamos algún ejemplo. Antes bastaba con que un sólo miembro de la cabeza de familia tuviese que trabajar para poder salir adelante. El otro solía quedarse en casa ocupándose del trabajo doméstico y de los cuidados personales a la prole y los mayores. Ahora, tanto el hombre como la mujer trabajan, con lo que, en buena lógica, ambos deberían trabajar la mitad del tiempo y por tanto tendrían más tiempo para la familia, los amigos y el ocio. Pero fuera de toda lógica no ha ocurrido así, los horarios laborales se alargan todo lo posible para conseguir más ingresos y así poder pagar la hipoteca de un piso, que además es mucho más pequeño que el de nuestros padres, y pagar caros servicios de guardería o de atención a los ancianos, y por supuesto para satisfacer la necesidad de consumo compulsivo que nos induce la publicidad. Algo parecido ocurre con nuestro maltratado campo, pues hemos pasado de los 1000 kg de uva por fanega que producían nuestros abuelos, a más de 5000 kg que se producen ahora a base de agua, petróleo y agroquímicos. ¿Cómo es posible que a pesar de esto nuestros agricultores sigan teniendo dificultades para vivir dignamente y tengan que recurrir a las ayudas agrarias europeas?

Cada vez más nos parecemos al ratón que dentro de la rueda que gira y gira cada vez más deprisa, incapaz de bajarse por la propia velocidad que él le imprime.

El decrecimiento puede resumirse con cinco erres: Reevaluar y reconsiderar nuestros valores; reestructurar la producción de acuerdo a los nuevos valores; redistribuir y repartir nuestras riquezas (incluido el trabajo); reducir el consumo y la generación de residuos y reutilizar y reciclar para no derrochar nuestro capital natural y acabar con el cambio climático.

Una de las principales implicaciones de decrecimiento es la vuelta a la localización de la producción de bienes y del trabajo. La globalización ha traído consigo un aumento innecesario y desproporcionado de los desplazamientos y del transporte de mercancías. Cualquier producto recorre muchos kilómetros antes de que se consuma. Por ejemplo, una simple camiseta puede llegar a recorrer más de 10.000 km antes de que llegue a nuestras manos, si contamos el transporte del algodón desde Centroáfrica hasta los talleres de China donde se confecciona, y de ahí hasta las plantas de Holanda donde se etiqueta y embala, para después viajar hasta los grandes centros de distribución españoles y de ahí finalmente hasta la tienda de nuestra ciudad. Algo parecido ocurre también con casi la mayoría de nuestros alimentos. Todos estos transportes son prescindibles y sería muy positivo volver a la producción local para ahorrar recursos energéticos y evitar emisiones de CO2 que provocan el cambio climático y multitud de enfermedades.

Actualmente el negocio de la alimentación está bajo el monopolio de unas pocas multinacionales como Mc Donald’s que controlan tres de cada cuatro alimentos que se venden en España. Esto ha arruinado muchos pequeños negocios familiares que no pueden competir con estos gigantes, y en los últimos años ha provocado en nuestro país el cierre de diez explotaciones agrícolas al día, produciéndose una gran concentración de la propiedad agraria en pocas manos, que las explotan según los intereses del mercado y no según las necesidades alimenticias de los pueblos. La vuelta una alimentación basada en productos locales, tal y como era la de nuestros antepasados, tiene múltiples ventajas, pues nos permitiría recuperar la soberanía alimentaria básica para cualquier pueblo, reduciría enormemente el transporte de alimentos, permitiría a mucha gente volver a vivir del campo, garantizaría unos productos más frescos y saludables, producidos por una agricultor que ama el oficio y sabe aprovechar el terreno sin sobre-explotarlo, y también favorecería las relaciones humanas.

El decrecimiento supone también una opción por la justicia social. Está claro que no podemos pedirle que decrezca al que menos tiene, y por tanto, conlleva un reparto de la riqueza y del trabajo, de manera que no creemos una sociedad dual donde unos sean los elegidos que trabajen y otros los excluidos. Si no hay trabajo para toda/os, repartamos el trabajo, trabajemos menos y aprendamos a disfrutar del tiempo liberado.

Todo esto está en nuestras manos, no es una utopía, depende fundamentalmente de nuestros hábitos de consumo y de trabajo. Posiblemente no podamos cambiar de la noche a la mañana, pero si podemos ir tomando pequeñas decisiones en lo cotidiano que apunten en la linea de tener menos pero ser más felices.

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